viernes, 12 de junio de 2015

Relato ganador categoría Adultos

UNA VIDA QUE RECORDAR
Hacía una soleada tarde de viernes de mayo y como cada día, Reme, iba a buscar a su nieta Berta a la salida del colegio.  Para ella,  se había convertido en una costumbre inquebrantable el hecho de esperar rodeada de madres y padres impacientes a su querida nieta, de comentar con la maestra a la salida lo sucedido en clase, de jugar posteriormente en el parque y lo peor, darle de merendar, ¡ay, Dios la niña! algún día iba a perder la alpargata persiguiéndola por todo el parque, ¡y a su edad!, para que Bertita, su ojito derecho, pero que comía menos que un pajarillo recién nacido, se dignara a comer un bocado de bocata de jamón y no acabara desnutrida y desmayada por algún banco por falta de alimento.  –Si yo tuviera ese estómago… mejor me iría -pensaba-. Que poco ha salido a mí. ¡Ay la niña que se me muere algún día de no comer!
Aquel viernes Berta salió del cole muy emocionada. –Abuela, abuela, hoy hemos hablado en clase de las cerezas, y… ¿sabes qué?, ¡tenemos que hacer un cuento sobre ellas! -exclamó con esa voz de pito que tan dulce le parecía a Reme.
 – ¡Qué bien, mi niña, con lo que te gustan a ti las historietas y las cerezas!, que bocatas no “mija” pero para la rica cereza no me haces jugar a la abuela atleta por el parque, ¡que algún día se me va a salir hasta la prótesis de la cadera!
El día pasó tranquilo en el parque, y como cada viernes Reme se llevaba a Berta a cenar a su casa para permitir un ratito de descanso a su hija y a su marido que tan duro trabajaban entre semana.
 –Berta, cariño, cómete la cena por favor, que a este paso no me creces.
 –Umm, no abuela, yo quiero cerezas -señalaba la pequeña hacía un bol rebosante de cerezas que había comprado Reme hoy en el puesto.
 –Bueno Berta, te propongo un trato,  si te comes la cena yo luego te doy unas poquitas cerezas y además te cuento una historia que tiene mucho que ver con ellas y, de esta forma, te sirve de ejemplo para tu cuento, ¿aceptas? A Berta no le costó muchos segundos sopesar la oferta y aceptó de inmediato.
Pues como se había pactado, Bertita se había comido toda la cena sin dejar ni un bocado. Mientras tanto Reme iba desempolvando recuerdos, recuerdos que guardaba en lo más profundo de su mente, recuerdos que ni un centenar de años conseguirían borrarlos de su memoria, de esos que se graban a fuego y se visualizan como una película si cierras los ojos, como esas de Cine de Barrio que tanto le gustaban a Reme.  –Muy bien “mija”, te voy a contar la historia del porqué las cerezas de la Vega del Río Martín son mi fruta preferida. ¿Estás preparada?
 - ¡Sí sí sí abu! -canturreaba Berta.
-Pues bien cariño, ésta no es una historia de dragones, ni de castillos, ni de aventuras; es una historia de amor, de cómo conocí a la persona más importante de mi vida hasta  la llegada de tu mamá y luego de tí.
Yo tenía 14 años, sí,  aunque no te lo creas tu abuela algún día también fue joven, y mis padres, trabajadores del campo de toda la vida, necesitaban ganar algún dinero más, ya que la cosecha de ese año había sido nefasta. Nosotros subsistíamos con lo poco que nos daban los animales que poseíamos y lo poco que nos había dado la tierra ese año: gallinas, burros, algún cerdo, pollos, borrajas, cebollas, tomate…, así que decidí además de trabajar la tierra de mis padres, apuntarme  para trabajar en el almacén de la cereza del pueblo.  
Empecé a trabajar primero recolectando cerezas en el campo, un trabajo duro por el agotador y sofocante calor que pasábamos y los mosquitos dichosos, ¡Ay “mija” si me picaban, si parecía que tuviera la varicela de tantos abones!, si el primer día que llegué a casa, después de trabajar, mi madre salió desbocada al verme con unos paños húmedos porque pensaba que me estaba dando algo. Si cariño,  antes no se iba al médico como ahora y pasábamos con los pocos remedios caseros que se sabían.
            Pero, a pesar de todo, trabajar en el campo era reconfortante por el buen ambiente y clima que había entre las trabajadoras, sobre todo, eran chicas jóvenes del pueblo como yo. Y ¡qué bien nos lo pasábamos comentando los cotilleos más sonados del pueblo así como pasando revista a los jóvenes más guapos! la Pili estaba loquita por el Aurelio, un chaval que había venido nuevo al pueblo, si vieras la cara de boba que se le quedaba al pasar, y el muchacho ni cuenta.
Pues bien, los días pasaban y pasaban, y yo cada vez con más picotazos y un moreno de ésos que tienen los camioneros con la marca de la camiseta en el brazo. Pero un día, para nuestra sorpresa, nos llegó la noticia de que iban a venir más personas de refuerzo porque la campaña se nos echaba encima y necesitábamos acabar su recolección. Las personas que iban a venir pertenecían a pueblos vecinos y sería por poco tiempo.
Así pues, al día siguiente, aparecieron una veintena de personas. La mayoría de las personas que bajaban eran entradas en años y mujeres mayoritariamente  hasta que, de pronto, vi bajar al chico más guapo que había visto en mi vida, “mija” de ésos que te cortan el hipo cuando los miras, bueno eso ya lo aprenderás cuando seas mayor, tú ahora, de momento, quietecita con los chicos que eres muy pequeña.
La mayoría de los días me pasaba mirándole y espiándole a escondidas, “mija” yo era muy vergonzosa no como ahora que a primera de cambio se juntan las parejas y hablan todo el tiempo con los móviles por el cacharro ese... “wassa”  creo que se llama, antes era todo muy diferente.
 Aunque las chicas me incitaban todos los días a hablarle y provocaban situaciones entre los dos para que se produjera algún encuentro, yo lo único a lo que me dedicaba cuando lo veía era a ponerme roja como una cereza de la variedad Ruby, que mira si son rojas ¡eh!  y a echar a correr como alma que lleva el diablo.
Un día, acabada la jornada laboral, para entretenernos un poco, decidimos jugar a un desafortunado juego para mi desgracia. La Pili, la Carmen y yo tuvimos la brillante idea de jugar a ver quién era la chica que más cerezas podía comer. Sí Bertita, antes éramos un poco más animales y no teníamos tantos juguetes como ahora para entretenernos, antes con un palo y una piedra hacíamos un castillo y no como ahora que os aburrís de tantos juguetes y maquinetas de ésas. Bueno que me ando por las ramas Bertita y no acabo, pues ya sabes que como buena cabezona que es tu abuela quería ganar, y de hecho gané, 150 cerezas de las más gordas me comí Bertita con tal mala pata que las cogí de un árbol que estaba recién sulfatado, para que lo entiendas “mija” los agricultores le echaban al árbol unos productos para que unos bichitos no se coman el árbol y sus frutos.
Así que Bertita, con semejante cantidad de sulfato que ingerí, me puse muy malita, unos dolores de estómago y tripa insoportables, como que yo me llamo Remedios González que pensaba que me iba al otro barrio. Estuve en cama muchos días tomando infusiones a cada hora con plantas de la zona y, escuchando desde la cama a mi madre rezando el padre nuestro cada cinco minutos, de hecho a veces no sabía si estaba en el camastro de mi casa o con los angelitos del cielo tanto relicario y Ave María para arriba y para abajo.
Para mi sorpresa, al sexto día de mi recuperación, apareció Juan por la puerta de mi casa, mi amor platónico desde la primera vez que lo vi en el campo de cerezos y con el que nunca había cruzado palabra.
Cuando lo vi entrar en mi cuarto no sabía si estaba soñando o que la lavativa de infusiones que me tomaba todos los días me estaba haciendo ya alucinar. El pobre chico estaba muerto de la vergüenza. No sé cómo se las habría arreglado para llegar hasta allí, bueno sí, más adelante me enteré, al ver que yo no aparecía por la plantación y con los rumores de mi enfermedad, le echó valor y le preguntó a la Pili donde vivía.
Lo único que me dijo al entrar a mi cuarto, eso sí más rojo que una Ruby, fue que había estado muy preocupado por mí, ya que temía que le pudiera pasar algo a la chica en la que pensaba antes de acostarse y no más levantarse, que aunque no habían hablado nunca se había enamorado de ella hasta las trancas. Entonces Bertita, ¿tú como crees que me quedé al oír eso? yo creo que se me fueron todos los males de sopetón.
Y desde aquel entonces no me he separado de ese hombre nunca. Así es como conocí a tu abuelo “mija”. Ahora comprenderás porqué la cereza es mi fruta preferida, además de ser la más sabrosa con diferencia.
-Jo abuela, no me sabía esa historia tan bonita, me ha encantado -decía con cara anonadada-.Me parece que ya sé de qué voy a hacer mi cuento para el cole,  ¿quieres que te la cuente abuela?
 -¡Claro bonita!
 –Empieza así: Erase una vez la cereza de la Vega del Río Martín…


                                                                                                                      FIN

                                                                                                     Seudónimo: S.B

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