No existe una completa unidad de
criterio entre quienes defienden que se trata de una capacidad innata en los
seres humanos y los que defienden que se trata de una habilidad que se
desarrolla durante el período de socialización primaria del niño. Podemos,
no obstante, trabajar para mejorarla.
Cuando en un anterior artículo enumerábamos
“Las 12 características de una persona emocionalmente
inteligente” decíamos que la persona empática puede
ponerse sin dificultad en la piel del otro y que percibe las emociones y
sentimientos de los demás aunque no estén expresadas verbalmente sino mediante
una comunicación no verbal.
Se trata de un conjunto de capacidades que empiezan
en uno mismo y que nos permiten reconocer y entender las emociones de los
demás. Sin la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y/o impedir
que éstos nos ahoguen, es difícil contactar con las emociones y estado anímico
de los demás.
El autoconocimiento, el autocontrol y la automotivación proporcionan la capacidad de
utilizar, adecuadamente, los sentimientos propios. Son las que delimitan el
“dominio de uno mismo”. Las restantes dimensiones y aptitudes de la
inteligencia emocional son las que, en palabras de Goleman,
determinan el manejo de las relaciones interpersonales.
La empatía requiere, cuando menos, saber
interpretar las emociones ajenas. En un plano más elevado incluye percibir las
preocupaciones o los sentimientos del otro y responder a ellos. En el nivel más
alto, la empatía significa comprender los problemas e intereses que subyacen
bajo los sentimientos del otro.
La comprensión y sensibilidad hacia los
sentimientos del otro, contribuirá a una mayor eficacia en el manejo de las
demás habilidades relacionales, la prevención y resolución de conflictos,
la motivación hacia conductas saludables, la identificación precoz de
problemas en el desarrollo evolutivo de los adolescentes… En caso
contrario nos encontramos con personas frías e insensibles, incapaces de
ponerse en sintonía con los demás para entender lo que están viviendo,
haciéndoles sentir muchas veces incomprensión, soledad y apatía.
No existe una completa unidad de criterio entre
quienes defienden que se trata de una capacidad innata en los seres humanos y
los que defienden que se trata de una habilidad que se desarrolla durante el
período de socialización primaria del niño. Podemos, no obstante, trabajar
para mejorarla. Y para ello resulta imprescindible mejorar
nuestra escucha activa.
La escucha activa es escuchar con
atención lo que el otro dice con su comunicación verbal y no verbal, con la
mirada, tono de voz, postura, etc. Según las investigaciones de Mehrabian, de lo que se comunica en un intercambio
cara-cara, sólo el 7% es el mensaje verbal (es decir, las palabras); el 38%
viene de la entonación (cómo se dice) y el 55% proviene de los signos faciales
y gestos. Conclusión, más del 90% de la información, en un intercambio, no
proviene de las palabras, sino de los “mensajes no verbales”, que es realmente
donde se expresan los sentimientos de las personas.
Efectivamente una verdadera escucha activa, es la
que se da en un estado de atención plena corporal e intelectual, en una
palabra, consciente. Es esta atención la que permite advertir los estímulos que
nos llegan del exterior. Se trata de que quien escucha se centre de manera
exclusiva en la otra persona durante un tiempo determinado, es decir, no pensar
en nada, solo estar concentrado en lo que el otro está diciendo, teniendo interés
por todo lo que se escucha y se observa sin juzgarlo.
Escuchar, implica dar un paso más allá que
simplemente oír lo que la persona trata de decirnos, es intentar captar la
experiencia del otro, aquello que comunica; es querer entender más que imponer al
otro nuestros propios consejos o puntos de vista.
Prestar atención plena requiere realizar
un esfuerzo físico y mental considerable para evitar las distracciones que
ejercen otros estímulos.
Aspectos básicos en la escucha que
tenemos que reforzar:
• Mirar a los
ojos.
• Estar en
silencio.
• Cotejar lo que
dice el interlocutor para estar seguro de haber entendido.
• Respetar el
“tempo” del otro.
• Estar atento a
lo que dice, a lo que siente y a la inquietud del interlocutor.
Aspectos
en la escucha que tenemos que minimizar o controlar:
• Emitir juicios
o debatir.
• Interrumpir o
completar frases.
• Asumir que se
sabe lo que va a decir el interlocutor.
• Distraerse en
pensamientos propios o haciendo otra cosa al mismo tiempo.
• Dar soluciones
o relativizar lo que nos cuentan.
Aspectos
en la escucha que mejoran la interacción personal:
• Observar las
especificidades culturales de nuestro interlocutor.
• Reconocer las
formas de expresión de estos significados particulares.
• Atender el
contexto personas/grupos y sus posibles interferencias.
• Vigilar la
frialdad, indiferencia o dureza afectiva.
• Potenciar la
capacidad de comprensión.
• Reconocer las
circunstancias que los afectan en un momento concreto.
La empatía es
también el conjunto de los esfuerzos empleados para acoger al otro en su
singularidad. Empatía no quiere decir volverse similar al otro. Muy por el
contrario: la empatía surge en la medida en que nos tornamos receptivos
a las diferencias.
El propio Goleman señala que “Saber
escuchar, es la clave de la empatía”.
Ser empático es importante en todas las
facetas de nuestra vida, tanto la personal como la profesional. Nos
permite entender mejor a los otros y nos ayuda a alcanzar tanto el éxito
personal en las relaciones con la familia y los amigos, como el profesional,
favoreciendo que seamos más sensibles a las necesidades y deseos de aquellos
con los que trabajamos.
Por otro lado, la empatía supone también
reconocer y recompensar las fortalezas y los logros de los demás.
Establecer un feed-back, en el cual la crítica y el aplauso se utilicen como
una balanza. El desarrollo de los otros también ha sido denominado como “El
efecto Pigmalión” o promover esperanzas positivas y permitir determinar
las propias metas, ofreciendo seguridad y confianza a las personas que nos
rodean.
Regular la capacidad empática evita problemas y
nos beneficia:
• Ponerse en el
lugar del otro con conciencia.
• No dejarnos
arrastrar por las emociones ajenas.
• Limitar cierta
sobredosis de implicación.
• Regular el
grado de sobreprotección.
• Evitar el
cansancio por compasión desmedida.
• Fijar la
experiencia del otro como propia.
• Entender
nuestro entorno y el proceder de los otros.
• Poder
responder correctamente a sus reacciones emocionales.
• Esforzarnos en
comprender los sentimientos y actitudes de las personas.
La capacidad de ponerse en el lugar del otro
tampoco quiere decir que compartamos sus opiniones ni que estemos de acuerdo
con su manera de interpretar y vivir la realidad. Los puntos de vista de cada
persona seguirán siendo distintos, posiblemente porque cada persona vive en un
mundo emocionalmente diferente al del otro, pero aun así, seremos capaces de
interpretar adecuadamente las necesidades de los demás. Se puede estar en
completo desacuerdo con alguien, sin por ello dejar de ser empáticos y respetar
su posición, aceptando como legítimas sus propias opiniones.
No debemos juzgar a nuestro interlocutor y
debemos comprenderlo. Nuestra mente a través del juicio clasifica, escoge,
desecha, aprueba y desaprueba y lo hace con sus propios baremos o parámetros
los cuales se han ido construyendo desde la infancia producto de la educación,
personalidad, experiencia, etc. Al juzgar, sin ser conscientes de ello, “desconectamos”
de lo que el otro dice, dejamos de escucharle, pasamos de estar centrados en el
diálogo exterior para conectar con “nuestro diálogo interior” (pensamientos,
sentimientos, valores, expectativas, etc.) alejándonos de la posibilidad de ser
empáticos. Pero no se trata tan sólo de no verbalizar ese juicio y prejuicio,
nuestro comportamiento corporal también puede transmitirlo.
A la vez que se requiere un proceso de
identificación, se requiere también la capacidad de manejar la propia
vulnerabilidad, el impacto que la experiencia ajena tiene sobre nosotros, las
propias sombras y heridas que pueden despertar con ocasión del encuentro con la
vulnerabilidad ajena. Es preciso también aprender a separarse, restablecer la
distancia emocional necesaria (junto con la proximidad) para no quemarse, para
no identificarse emocionalmente en exceso y manejar bien la fatiga por
compasión.
Es preciso dejar en claro que tener empatía no
tiene nada que ver con la necesidad compulsiva de realizar los deseos ajenos,
propia de las relaciones co-dependientes. El intercambio equilibrado entre
ceder y requerir, dar y recibir afecto y atención nos aproxima de modo
saludable a las personas que nos rodean, sin correr el riesgo de crear vínculos
insanos. Empatía no es el afecto que nos une a las personas.
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