lunes, 26 de enero de 2015

CÓMO MEJORAR NUESTRA EMPATÍA

Seleccionado por Mª Teresa Tomás Rodrigo

No existe una completa unidad de criterio entre quienes defienden que se trata de una capacidad innata en los seres humanos y los que defienden que se trata de una habilidad que se desarrolla durante el período de socialización primaria del niño. Podemos, no obstante, trabajar para mejorarla.


Cuando en un anterior artículo enumerábamos “Las 12 características de una persona emocionalmente inteligente” decíamos que la persona empática puede ponerse sin dificultad en la piel del otro y que percibe las emociones y sentimientos de los demás aunque no estén expresadas verbalmente sino mediante una comunicación no verbal
Se trata de un conjunto de capacidades que empiezan en uno mismo y que nos permiten reconocer y entender las emociones de los demás. Sin la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y/o impedir que éstos nos ahoguen, es difícil contactar con las emociones y estado anímico de los demás.
El autoconocimiento, el autocontrol y la automotivación proporcionan la capacidad de utilizar, adecuadamente, los sentimientos propios. Son las que delimitan el “dominio de uno mismo”. Las restantes dimensiones y aptitudes de la inteligencia emocional son las que, en palabras de Goleman, determinan el manejo de las relaciones interpersonales. 
La empatía requiere, cuando menos, saber interpretar las emociones ajenas. En un plano más elevado incluye percibir las preocupaciones o los sentimientos del otro y responder a ellos. En el nivel más alto, la empatía significa comprender los problemas e intereses que subyacen bajo los sentimientos del otro.
La comprensión y sensibilidad hacia los sentimientos del otro, contribuirá a una mayor eficacia en el manejo de las demás habilidades relacionales, la prevención y resolución de conflictos, la  motivación hacia conductas saludables, la identificación precoz de problemas en el desarrollo evolutivo de los adolescentes…  En caso contrario nos encontramos con personas frías e insensibles, incapaces de ponerse en sintonía con los demás para entender lo que están viviendo, haciéndoles sentir muchas veces incomprensión, soledad y apatía.
No existe una completa unidad de criterio entre quienes defienden que se trata de una capacidad innata en los seres humanos y los que defienden que se trata de una habilidad que se desarrolla durante el período de socialización primaria del niño. Podemos, no obstante, trabajar para mejorarla. Y para ello resulta imprescindible mejorar nuestra escucha activa.
La escucha activa es escuchar con atención lo que el otro dice con su comunicación verbal y no verbal, con la mirada, tono de voz, postura, etc. Según las investigaciones de Mehrabian, de lo que se comunica en un intercambio cara-cara, sólo el 7% es el mensaje verbal (es decir, las palabras); el 38% viene de la entonación (cómo se dice) y el 55% proviene de los signos faciales y gestos. Conclusión, más del 90% de la información, en un intercambio, no proviene de las palabras, sino de los “mensajes no verbales”, que es realmente donde se expresan los sentimientos de las personas.
Efectivamente una verdadera escucha activa, es la que se da en un estado de atención plena corporal e intelectual, en una palabra, consciente. Es esta atención la que permite advertir los estímulos que nos llegan del exterior. Se trata de que quien escucha se centre de manera exclusiva en la otra persona durante un tiempo determinado, es decir, no pensar en nada, solo estar concentrado en lo que el otro está diciendo, teniendo interés por todo lo que se escucha y se observa sin juzgarlo.
Escuchar, implica dar un paso más allá que simplemente oír lo que la persona trata de decirnos, es intentar captar la experiencia del otro, aquello que comunica; es querer entender más que imponer al otro nuestros propios consejos o puntos de vista.
Prestar atención plena requiere realizar un esfuerzo físico y mental considerable para evitar las distracciones que ejercen otros estímulos.
Aspectos básicos en la escucha que tenemos que reforzar:
• Mirar a los ojos.
• Estar en silencio.
• Cotejar lo que dice el interlocutor para estar seguro de haber entendido.
• Respetar el “tempo” del otro.
• Estar atento a lo que dice, a lo que siente y a la inquietud del interlocutor.

Aspectos en la escucha que tenemos que minimizar o controlar:

• Emitir juicios o debatir.
• Interrumpir o completar frases.
• Asumir que se sabe lo que va a decir el interlocutor.
• Distraerse en pensamientos propios o haciendo otra cosa al mismo tiempo.
• Dar soluciones o relativizar lo que nos cuentan.

Aspectos en la escucha que mejoran la interacción personal:

• Observar las especificidades culturales de nuestro interlocutor.
• Reconocer las formas de expresión de estos significados particulares.
• Atender el contexto personas/grupos y sus posibles interferencias.
• Vigilar la frialdad, indiferencia o dureza afectiva.
• Potenciar la capacidad de comprensión.
• Reconocer las circunstancias que los afectan en un momento concreto.

La empatía es también el conjunto de los esfuerzos empleados para acoger al otro en su singularidad. Empatía no quiere decir volverse similar al otro. Muy por el contrario: la empatía surge en la medida en que nos tornamos receptivos a las diferencias.
El propio Goleman señala que “Saber escuchar, es la clave de la empatía”.
Ser empático es importante en todas las facetas de nuestra vida, tanto la personal como la profesional. Nos permite entender mejor a los otros y nos ayuda a alcanzar tanto el éxito personal en las relaciones con la familia y los amigos, como el profesional, favoreciendo que seamos más sensibles a las necesidades y deseos de aquellos con los que trabajamos.
Por otro lado, la empatía supone también reconocer y recompensar las fortalezas y los logros de los demás. Establecer un feed-back, en el cual la crítica y el aplauso se utilicen como una balanza. El desarrollo de los otros también ha sido denominado como “El efecto Pigmalión” o promover esperanzas positivas y permitir determinar las propias metas, ofreciendo seguridad y confianza a las personas que nos rodean.
Regular la capacidad empática evita problemas y nos beneficia:
• Ponerse en el lugar del otro con conciencia.
• No dejarnos arrastrar por las emociones ajenas.
• Limitar cierta sobredosis de implicación.
• Regular el grado de sobreprotección.
• Evitar el cansancio por compasión desmedida.
• Fijar la experiencia del otro como propia.
• Entender nuestro entorno y el proceder de los otros.
• Poder responder correctamente a sus reacciones emocionales.
• Esforzarnos en comprender los sentimientos y actitudes de las personas.
La capacidad de ponerse en el lugar del otro tampoco quiere decir que compartamos sus opiniones ni que estemos de acuerdo con su manera de interpretar y vivir la realidad. Los puntos de vista de cada persona seguirán siendo distintos, posiblemente porque cada persona vive en un mundo emocionalmente diferente al del otro, pero aun así, seremos capaces de interpretar adecuadamente las necesidades de los demás. Se puede estar en completo desacuerdo con alguien, sin por ello dejar de ser empáticos y respetar su posición, aceptando como legítimas sus propias opiniones.
No debemos juzgar a nuestro interlocutor y debemos comprenderlo. Nuestra mente a través del juicio clasifica, escoge, desecha, aprueba y desaprueba y lo hace con sus propios baremos o parámetros los cuales se han ido construyendo desde la infancia producto de la educación, personalidad, experiencia, etc. Al juzgar, sin ser conscientes de ello, “desconectamos” de lo que el otro dice, dejamos de escucharle, pasamos de estar centrados en el diálogo exterior para conectar con “nuestro diálogo interior” (pensamientos, sentimientos, valores, expectativas, etc.) alejándonos de la posibilidad de ser empáticos. Pero no se trata tan sólo de no verbalizar ese juicio y prejuicio, nuestro comportamiento corporal también puede transmitirlo.
A la vez que se requiere un proceso de identificación, se requiere también la capacidad de manejar la propia vulnerabilidad, el impacto que la experiencia ajena tiene sobre nosotros, las propias sombras y heridas que pueden despertar con ocasión del encuentro con la vulnerabilidad ajena. Es preciso también aprender a separarse, restablecer la distancia emocional necesaria (junto con la proximidad) para no quemarse, para no identificarse emocionalmente en exceso y manejar bien la fatiga por compasión.
Es preciso dejar en claro que tener empatía no tiene nada que ver con la necesidad compulsiva de realizar los deseos ajenos, propia de las relaciones co-dependientes. El intercambio equilibrado entre ceder y requerir, dar y recibir afecto y atención nos aproxima de modo saludable a las personas que nos rodean, sin correr el riesgo de crear vínculos insanos. Empatía no es el afecto que nos une a las personas.

El beneficio de empatizar es en sí mismo, experiencia y recompensa al unísono.

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