Escrito por Carmen Sanjuán Pertusa
Seleccionado por Mª
Teresa Tomás Rodrigo
"Hay dos legados
perdurables que podemos trasmitir a nuestros hijos: uno, raíces; otro,
alas" según Hodding Carter.
Y más que trasmitir,
permitir con tutela y orientación que descubran y vayan calibrando a partir de
su propia experiencia los recursos que poseen.
El término Inteligencia Emocional
se refiere a la capacidad humana de gestionar: sentir, entender,
controlar y modificar estados emocionales en uno mismo y en los demás.
Sin embargo, al convertirnos en
padres, tomamos conciencia de la dificultad de educar y enseñar a nuestros
hijos/as el sentido beneficioso de la Inteligencia Emocional.
- ¿Cómo crear un ambiente familiar que promueva la
expresión y comunicación de los sentimientos?
- ¿Cómo promover que sean sensibles a sus propias
emociones, y acompañarles en superar las pequeñas frustraciones?
- ¿Cómo ayudar a nuestros hijos/as para que tengan
un control de la expresión emocional en situaciones de dificultad?
- ¿Cómo aprender el beneficio de las emociones en
la toma de decisiones sobre su futuro y sus relaciones?
Últimamente se están produciendo
avances a la hora de introducir la inteligencia emocional en los centros
escolares, pero donde realmente se fundamenta la educación emocional es en
casa. Desde que nacemos vemos cómo se tratan entre sí nuestros padres, cómo
somos tratados por ellos, qué normas son las importantes… Es en la familia
donde se construyen las bases de las competencias personales y sociales
(autoconciencia, autocontrol, motivación y empatía), es decir, las
habilidades para relacionarnos con nuestro entorno. Todos estos elementos de la
Inteligencia Emocional ya fueron identificados por Goleman. “Desde el
punto de vista de las relaciones humanas, la familia es el núcleo central, cuyo
papel primordial en el proceso de socialización es el establecimiento de
normas, reglas y sobre todo valores éticos y morales”.
Los padres debemos ser conscientes
de la influencia que ejercemos sobre nuestros hijos/as. A lo largo de las
diferentes etapas, nuestros hijos/as perciben todo lo que los adultos hacemos,
en especial el comportamiento de los padres. Acompañarles en la interiorización
de reglas, valores y juicios es parte importante del desarrollo social y moral.
Encontrar el beneficio para que las reglas convencionales, buenas costumbres,
normas básicas de convivencia y el respeto por los demás sean adquiridas con
complacencia. Efectivamente, los padres somos el principal ejemplo de
imitación.
Tenemos cierta obligación en
esforzarnos para no inculcarles nuestros miedos y creencias particulares,
nuestros propios deseos, nuestras ilusiones frustradas. Debemos
intentar controlar nuestros temores, esto implica confiar en nuestros hijos/as.
Además, revisar nuestras creencias no siempre afortunadas es aprender a ser
padres. Es necesario “dejarlos crecer” y crecer nosotros con ellos,
porque a ser padre nadie aprende antes de serlo. Y es en ese crecer juntos
donde conseguimos reforzar el vínculo que nos une a ellos.
Cualquier diálogo
cotidiano puede ser una excusa para progresar en ese trabajo emocional, aunque
sólo sea hablar sobre el tiempo por ejemplo. Es de los pequeños indicios de
donde podemos extraer su estado emocional: por lo que dicen y, también, por lo
que no dicen, como lo dicen, el tono, los gestos…, todo aquello que ya
conocemos porque son nuestros hijos/as, y conocemos su lenguaje no verbal.
Nuestros hijos/as pueden
hablar con mayor facilidad sobre sus experiencias y las emociones ligadas a
ellas cuando los padres escuchamos con atención y no manifestamos de
inmediato nuestra propia opinión ni ninguneamos la importancia que tienen para
ellos. Es preferible hacerles preguntas, sugerir,… promover que sean más
reflexivos sobre las cosas que hacen y que sienten, y sus consecuencias.
Debemos hablar también,
abiertamente, de lo que sentimos nosotros, de las cosas del “día a día”, sin ocultar
nuestros sentimientos ni los errores. Cuando explicamos una situación y
detallamos los hechos, ellos aprenden que tenemos la fuerza emocional
para examinar y enfrentarnos a las situaciones, sean más o menos difíciles,
aprendiendo que también ellos lo pueden hacer.
Ante una situación de
ámbito familiar expresemos qué es lo que sentimos cada uno de los miembros de
la familia, cómo interpretamos lo que está pasando. Siempre con
respeto y sinceridad. Comprendamos que todos podemos tener puntos de vista distintos
y que ello no lo convierte en un problema. Aprendamos, unos y otros, a
disculparnos y pedir perdón.
Debemos ayudarles a
“reinterpretar” las situaciones que les angustian, a analizar sus
experiencias anteriores, a reconocer los posibles obstáculos. Cuando
ampliamos el punto de vista encontramos soluciones en las que antes ni tan
siquiera habíamos podido reparar, dibujamos alternativas.
Lo mismo ocurre con la forma de
resolver conflictos, que lejos de ser única e inequívoca, cuenta con tantas
posibilidades como modos de mirar el conflicto. La Inteligencia Emocional
propone abandonar antiguas creencias y estereotipos sobre cómo resolver los
problemas. Cada situación es distinta, podemos abordar el conflicto desde la
observación renovada. La comprensión del otro con una escucha atenta y
paciente es incuestionable.
Hay que ayudarles
a sobrellevar la decepción y el desencanto por no conseguir lo que
quieren o desean, enseñarles a tolerar la frustración. Es muy educativo
que aprendan que cada error conlleva una consecuencia y que no todo lo
que se quiere se consigue. Animarles ante el fracaso y la
decepción, a conocer sus limitaciones y a superarlas en la medida de
lo posible.
Es preciso enseñarles que,
en ocasiones, la recompensa no llega de forma inmediata. Enseñarles a
plantearse objetivos, reconociendo el esfuerzo que implica. Animándoles a que
tomen decisiones y se puedan equivocar. Adoptar una actitud positiva y a tener
expectativas de éxito.
Es muy importante
propiciar momentos de distensión y de libre expresión de la alegría,
así como enseñarles y practicar con ellos alguna técnica que les ayude a
equilibrar su estado emocional en los momentos de tensión bloqueante y
sobretodo aprender a reconocerlos.
Como he mencionado anteriormente,
podemos ayudar a nuestros hijos/as a progresar emocionalmente con cualquier
asunto; animarlos a extraer consecuencias de sus interrelaciones, de sus
dificultades, de lo que les asusta, de sus aciertos, de sus proyectos.
Ayudarlos a transitar las distintas vicisitudes y traducirlas en experiencia
consciente. Como progenitores debemos explorar nuevos caminos para
crear un vínculo satisfactorio con nuestros hijos/as. Cualquier revisión de
nuestro proceder nos permite un trabajo, una implicación emocional que siempre
nos aporta beneficios a corto plazo.
Así empecé yo a utilizar
la herramienta “Mover los Sentimientos” con mis hijas cuando estas tenían 11 ó
12 años. Una herramienta que permite consolidar el vínculo familiar donde cada
uno tiene su papel: padre, madre, hijos/as. “Mover los Sentimientos” nos
facilita momentos para escucharnos en plena adolescencia. Finalmente podemos
aconsejar con serenidad.
El abordaje de la educación emocional no tiene que ser
nunca un problema, sino una aventura.
Ya lo he comentado en otras ocasiones;
desarrollar nuestra inteligencia emocional es un viaje que dura toda la
vida (recordad el cuento del bambú en mi artículo “Las 12 características de una persona emocionalmente
inteligente”). La gran ventaja es que no hace falta esperar
al final para recoger sus resultados, vamos disfrutando de ellos en el día a
día.
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