lunes, 26 de enero de 2015

INTELIGENCIA EMOCIONAL EN LA FAMILIA

Escrito por  Carmen Sanjuán Pertusa
Seleccionado por Mª Teresa Tomás Rodrigo


"Hay dos legados perdurables que podemos trasmitir a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas" según Hodding Carter.

Y más que trasmitir, permitir con tutela y orientación que descubran y vayan calibrando a partir de su propia experiencia los recursos que poseen.


El término Inteligencia Emocional se refiere a la capacidad humana de gestionar: sentir, entender, controlar y modificar estados emocionales en uno mismo y en los demás.
Sin embargo, al convertirnos en padres, tomamos conciencia de la dificultad de educar y enseñar a nuestros hijos/as el sentido beneficioso de la Inteligencia Emocional.
  • ¿Cómo crear un ambiente familiar que promueva la expresión y comunicación de los sentimientos?
  • ¿Cómo promover que sean sensibles a sus propias emociones, y acompañarles en superar las pequeñas frustraciones?
  • ¿Cómo ayudar a nuestros hijos/as para que tengan un control de la expresión emocional en situaciones de dificultad?
  • ¿Cómo aprender el beneficio de las emociones en la toma de decisiones sobre su futuro y sus relaciones?
Últimamente se están produciendo avances a la hora de introducir la inteligencia emocional en los centros escolares, pero donde realmente se fundamenta la educación emocional es en casa. Desde que nacemos vemos cómo se tratan entre sí nuestros padres, cómo somos tratados por ellos, qué normas son las importantes… Es en la familia donde se construyen las bases de las competencias personales  y sociales (autoconciencia, autocontrol,  motivación y empatía), es decir, las habilidades para relacionarnos con nuestro entorno. Todos estos elementos de la Inteligencia Emocional ya fueron identificados por Goleman. “Desde el punto de vista de las relaciones humanas, la familia es el núcleo central, cuyo papel primordial en el proceso de socialización es el  establecimiento de normas, reglas y sobre todo valores éticos y morales”.
Los padres debemos ser conscientes de la influencia que ejercemos sobre nuestros hijos/as. A lo largo de las diferentes etapas, nuestros hijos/as perciben todo lo que los adultos hacemos, en especial el comportamiento de los padres. Acompañarles en la interiorización de reglas, valores y juicios es parte importante del desarrollo social y moral. Encontrar el beneficio para que las reglas convencionales, buenas costumbres, normas básicas de convivencia y el respeto por los demás sean adquiridas con complacencia. Efectivamente, los padres somos el principal ejemplo de imitación.
Tenemos cierta obligación en esforzarnos para no inculcarles nuestros miedos y creencias particulares, nuestros propios deseos, nuestras ilusiones frustradas. Debemos intentar controlar nuestros temores, esto implica confiar en nuestros hijos/as. Además, revisar nuestras creencias no siempre afortunadas es aprender a ser padres. Es necesario “dejarlos crecer” y crecer nosotros con ellos, porque a ser padre nadie aprende antes de serlo. Y es en ese crecer juntos donde conseguimos reforzar el vínculo que nos une a ellos.
Cualquier diálogo cotidiano puede ser una excusa para progresar en ese trabajo emocional, aunque sólo sea hablar sobre el tiempo por ejemplo. Es de los pequeños indicios de donde podemos extraer su estado emocional: por lo que dicen y, también, por lo que no dicen, como lo dicen, el tono, los gestos…, todo aquello que ya conocemos porque son nuestros hijos/as, y conocemos su lenguaje no verbal.
Nuestros hijos/as pueden hablar con mayor facilidad sobre sus experiencias y las emociones ligadas a ellas cuando los padres escuchamos con atención y no manifestamos de inmediato nuestra propia opinión ni ninguneamos la importancia que tienen para ellos. Es preferible hacerles preguntas, sugerir,… promover que sean más reflexivos sobre las cosas que hacen y que sienten, y sus consecuencias.
Debemos hablar también, abiertamente, de lo que sentimos nosotros, de las cosas del “día a día”, sin ocultar nuestros sentimientos ni los errores. Cuando explicamos una situación y detallamos los hechos, ellos aprenden que tenemos la fuerza emocional para examinar y enfrentarnos a las situaciones, sean más o menos difíciles, aprendiendo que también ellos lo pueden hacer.
Ante una situación de ámbito familiar expresemos qué es lo que sentimos cada uno de los miembros de la familia, cómo interpretamos lo que está pasando. Siempre con respeto y sinceridad. Comprendamos que todos podemos tener puntos de vista distintos y que ello no lo convierte en un problema. Aprendamos, unos y otros, a disculparnos y pedir perdón.
Debemos ayudarles a “reinterpretar” las situaciones que les angustian, a analizar sus experiencias anteriores, a reconocer los posibles obstáculos. Cuando ampliamos el punto de vista encontramos soluciones en las que antes ni tan siquiera habíamos podido reparar, dibujamos alternativas.
Lo mismo ocurre con la forma de resolver conflictos, que lejos de ser única e inequívoca, cuenta con tantas posibilidades como modos de mirar el conflicto. La Inteligencia Emocional propone abandonar antiguas creencias y estereotipos sobre cómo resolver los problemas. Cada situación es distinta, podemos abordar el conflicto desde la observación renovada. La comprensión del otro con una escucha atenta y paciente es incuestionable.
Hay que ayudarles a sobrellevar la decepción y el desencanto por no conseguir lo que quieren o desean, enseñarles a tolerar la frustración. Es muy educativo que aprendan  que cada error conlleva una consecuencia y que no todo lo que se quiere se consigue. Animarles ante el fracaso y la decepción, a conocer sus limitaciones y a superarlas en la medida de lo posible.
Es preciso enseñarles que, en ocasiones, la recompensa no llega de forma inmediata. Enseñarles a plantearse objetivos, reconociendo el esfuerzo que implica. Animándoles a que tomen decisiones y se puedan equivocar. Adoptar una actitud positiva y a tener expectativas de éxito.
Es muy importante propiciar momentos de distensión y de libre expresión de la alegría, así como enseñarles y practicar con ellos alguna técnica que les ayude a equilibrar su estado emocional en los momentos de tensión bloqueante y sobretodo aprender a reconocerlos.
Como he mencionado anteriormente, podemos ayudar a nuestros hijos/as a progresar emocionalmente con cualquier asunto; animarlos a extraer consecuencias de sus interrelaciones, de sus dificultades, de lo que les asusta, de sus aciertos, de sus proyectos. Ayudarlos a transitar las distintas vicisitudes y traducirlas en experiencia consciente. Como progenitores debemos explorar nuevos caminos para crear un vínculo satisfactorio con nuestros hijos/as. Cualquier revisión de nuestro proceder nos permite un trabajo, una implicación emocional que siempre nos aporta beneficios a corto plazo.
Así empecé yo a utilizar la herramienta “Mover los Sentimientos” con mis hijas cuando estas tenían 11 ó 12 años. Una herramienta que permite consolidar el vínculo familiar donde cada uno tiene su papel: padre, madre, hijos/as. “Mover los Sentimientos” nos facilita momentos para escucharnos en plena adolescencia. Finalmente podemos aconsejar con serenidad.

El abordaje de la educación emocional no tiene que ser nunca un problema, sino una aventura.


Ya lo he comentado en otras ocasiones; desarrollar nuestra inteligencia emocional es un viaje que dura toda la vida (recordad el cuento del bambú en mi  artículo “Las 12 características de una persona emocionalmente inteligente”). La gran ventaja es que no hace falta esperar al final para recoger sus resultados, vamos disfrutando de ellos en el día a día.

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